Si no hubiera sido Berceo hubiera sido otro. El caso es que
la necesidad del ser humano de contar lo que siente o lo que piensa es una
fuerza tan potente que encuentra siempre huecos por donde salir y si no los hay
los crea. Por eso escribo.
Desde Berceo hasta Delibes ha habido muchos oficiales.
Grandes genios de la escritura. Sin embargo son muchos más el ejército de
lectores que han bebido sus letras y las han ido sembrando en otros corazones a
lo largo de sus vidas.
Hoy nos ha dejado uno de ellos. Lo recuerdo a menudo tal
como lo pinté hace unos años. Solía ir contento a su trabajo en la Renfe,
silbando. Con pasos cortos sacaba su moto Guzzi del corral moviendo los hombros
al compás de alguna canción sanjuanera.
En su salón, mis ojos infantiles grabaron para siempre dos sujetalibros
de aire románico que emulaban las figuras sedentes de Isabel y Fernando. El Círculo
de lectores, al que Andrés pertenecía, los había creado para custodiar aquellos
volúmenes que alimentaban mi curiosidad y añadían carbón a la locomotora del
mundo que constantemente imaginaba. Recuerdo la silueta de Charles de Gaulle en
la portada de uno de ellos bajo un punto de mira y la palabra “Chacal” en
alguna parte de la tapa. Por entonces ni se me ocurría ser capaz de leer algo
tan grueso, pero ahí estaban. Libros.
Creo que fue entonces cuando, al calor del cariño que
siempre respiré entre su familia, tuve conciencia de que había un mundo de
letras en el corazón de cada ser humano.
Gracias por regalarme tantas horas de juego con tus hijos. Un
abrazo muy fuerte donde quiera que estés.
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