Me encontraba plácidamente en la biblioteca del monasterio cuando descubrí un libro enorme que rezaba "
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha". Comencé a leerlo y, sin duda, me sentí orgulloso de que la lengua que casi creé, hubiera dado a luz semejante obra maestra.
Sin darme tiempo de llegar a mi habitación, me desmayé muerto del sueño y, haciendo uso del don de imaginación que me dio mi Santa madre, tuve un sueño del que muchos otros escritores tendrían envidia.
En él, aparecían dos bellas mujeres andando junto a un caballo y un burro, deseando que a lo largo del camino saliera algún ser con el que luchar. Al momento identifiqué la escena como el principio del capítulo 20 del mismo libro que había leído en la biblioteca y con el que me había quedado hasta tan avanzadas horas de la tarde.
Quijota y Sancha, hartas ya de tanto andar, decidieron acampar en el bosque que ahora pisaban sus pies.
La noche había caído. A esas horas, la caída de las hojas que los enormes árboles y el más dulce canto de un grillo que a las 3 del
mediodía hubiera sido precioso, resultaba aterrador. El débil susurro de los búhos y lechuzas unidos a la gran sombra de un pequeño animal, formaban el más feroz de los monstruos.
Con el frío cortante y el viento desafiante, la mente de Quijota empezó a soñar...
Su amiga, Sancha, estaba agarrada a ella de la manera más fuerte posible. De repente, escuchó unos pasos. Cada vez el sonido era más próximo.
Entonces, Sancha, empezó a contarle la tragedia que se crearía si a ellas les ocurriera algo.
-En primer lugar mi novio, Juanito, lamentaría mucho mi muerte y se pegaría el resto de su vida llorando delante de mi foto y...¿Sabes lo feo que se pone cuando llora? Aunque, por otra parte, me traería flores, nunca me trae flores... En fin, hombres. Además, nunca llegaríamos a casarnos y no tendríamos hijos, y yo quiero un niño, Andrés, y también una niña, Leire. ¿Sabes lo trágica que sería mi vida? Bueno, si es que hoy no me la quitan...
Harta ya de tanta palabrería y triste por la trágica historia de su amiga, Quijota cogió su lanza y se armó de valor. Salió de su cobijo. Ahí estaba él, con su cuerpo peludo y sus dientes afilados. Sólo tuvo que apuntar y disparar.
-No temas, Sancha, ya he acabado con el peor de los temores. El monstruo ha muerto.
Sancha aún con temblores y Quijota, entraron dentro.
En el exterior sólo quedaron restos de un árbol partido del que, desde entonces, ya no brotaría ni una sola hoja más.
Desperté encima de mi lecho con todos los monjes a mi alrededor observándome cuidadosamente. Sentí miedo y, al levantarme rápidamente, choqué mi cabeza con la pared. Todos los allí presentes se asustaron, pero al final sólo fue un chichón. Me contaron mientras me ponían hielo que había estado gran parte de la noche diciendo cosas sobre unas mujeres llamadas Quijota y Sancha, y que a raíz de aquello, los monjes ya pensaban que había defraudado a Dios. ¡Recé unos rosarios a la Virgen por aquellos malos pensamientos!
Tranquilos, todo se ha arreglado ya y Fray Cotilla casi ni se acuerda ya del tema.
Ana, María y Cristina.