"No sabéis lo que me ha pasau. El otro día yo estaba en mi huerto, ese que está paí', pal' monte to tieso. Yo estaba durmiendo ricamente debajo de un chopo, cuando el degraciao ese del cura me despertó. Vaya morrofiemo que es el viejo este.
En fin, no me voy a meter más con el pobre desgraciau. Hace unos días nos dejó para dar de comer a las lombrices, anda que también este... No les deben de dar na pa' comer, de lo delgadurrios que están, la palman todos. Yo tampoco me cebo a comida, sólo me como un par de tocinicos al día, pero eso... eso de solo comer una miguica de pan y un traguico de vino... eso si que es un pecau.
Bueno, a lo que iba. Fuimos a enterrarlo a las afueras del pueblo, en el huertecico del Amador (es que sus ovejicas están muy esmirriadas y necesitan condimento). De pronto nos habló una vocecica mu maja y nos dijo que enterraramos al calvo en el cementerio, que las cabras... bueno, que fueran a coger sustancia pal´monte to tieso (osea pa' mi huerto). Así lo hicimos, y el calvorotas descansó "en paz" con sus amiguicos.
¿A qué es raro?, esque... Al final me mudaré a la ciudad."
Ana y María
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