
Con sus grandes orejas, lograba escuchar las súplicas de sus rivales en las batallas, pues no sólo escribía sino que era un gran luchador. Su piel, pálida, se echaba a suertes con el amarillo el rostro de nuestro caballero, mas unos rubores rosáceos siempre lograban aparecer por sus mejillas.
En su mano izquierda sostenía un escudo de noble caballero de Santiago, mientras que en la derecha sujetaba entre los dedos una pluma con la que escribía tan bellos poemas, cuando no una espada. Sus brazos eran hercúleos y su espalda, grande y abierta, era la favorita de las mujeres.
Él era Garcilaso de la Vega.
Virginia y Cristina
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