Un corto pelo de color parecido al carbón, al igual que el de su larga túnica. Tenía una gran frente pálida, en la que casi se podían ver sus pensamientos más remotos. Las cejas, también oscuras, se redondeaban encima de unos grandes ojos avellanos. Su nariz, alargada y fina, se abría al final en hondos agujeros con los que podía oler la dulce colonia de su bella amada. Los labios apenas se apreciaban, pues una larga y espesa barba colgaba de su barbilla.
Con sus grandes orejas, lograba escuchar las súplicas de sus rivales en las batallas, pues no sólo escribía sino que era un gran luchador. Su piel, pálida, se echaba a suertes con el amarillo el rostro de nuestro caballero, mas unos rubores rosáceos siempre lograban aparecer por sus mejillas.
En su mano izquierda sostenía un escudo de noble caballero de Santiago, mientras que en la derecha sujetaba entre los dedos una pluma con la que escribía tan bellos poemas, cuando no una espada. Sus brazos eran hercúleos y su espalda, grande y abierta, era la favorita de las mujeres.
Él era Garcilaso de la Vega.
Virginia y Cristina
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